Sus raices firmemente asidas en la tierra, entre el lodo.
Crece, extendiendo sus tallos dentro del agua.
Y florece, abriéndose esplendorosa a la vida y ofreciéndonos su belleza con generosidad.
Así, en el camino del yoga, enraizamos nuestro cuerpo físico a la tierra y al entorno que nos acoge.
Crecemos cada día sumergidos en un océano de emociones.
Nos debatimos en un devenir de imágenes mentales, pensamientos.
Y desde la atención constante, con la Consciencia despierta, alentamos esa chispa Divina que se va haciendo más presente en nuestra Vida.
De este modo florece el Espíritu.
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